"Hearts in Atlantis"


Las lágrimas se desbordaron de sus ojos y resbalaron por sus mejillas. Se había ya acostumbrado a sentirse viejo; sentirse joven otra vez -saber que podía sentirse joven otra vez- le causó una extraña desorientación.
No había carta, ni nota, ni escrito de ninguna clase. Cuando Bobby ladeó el sobre, cayó sobre el escritorio una lluvia de pétalos de rosa del color rojo más intenso que había visto en su vida.
Sangre del corazón, pensó, exaltado sin saber por qué. De repente, y por primera vez en muchos años, recordó cómo podía hacer volar su mente, cómo podía poner la mente en libertad condicional. E incluso mientras tomaba conciencia de ello, notó elevarse sus pensamientos. Los pétalos de rosa resplandecieron sobe la arañada superficie del escritorio como rubíes, como una luz secreta derramada por el corazón secreto del mundo.
No sólo un mundo, pensó Bobby. No sólo uno. Hay otros mundos aparte de éste, millones de mundos girando todos en torno a un mismo eje: la Torre.
Y a continuación pensó: Ha vuelto a escapar de ellos. Vuelve a ser libre.
Ted era libre. No en este mundo ni en este tiempo -esta vez había huido en otra dirección- pero en algún mundo.
Bobby recogió los pétalos, cada uno como una pequeña moneda de seda. Se los puso en el hueco de la mano como un puñado de sangre y luego se los llevó a la cara. Podría haberse ahogado en su dulce aroma. Ted estaba presente en ellos, Ted tan claro como el agua con su peculiar andar encorvado, su cabello blanco ralo como el de un bebé y las manchas amarillas de nicotina indeleblemente grabadas en los dedos índice y medio de la mano derecha. Ted con sus bolsas de papel.
-Me ha recordado -dijo Bobby-. Me ha recordado.